By Zoe Velez
EL NIÑERIO
PARA ALE Y FABA
El ser padre es una condición que trae consigo venturas y desventuras. Las primeras me parece que son vox populi y sus referentes más profundos se encuentran entre las viejas chotas que cada que lo ven a uno cargando niños sonríen y exclaman: “¡que hermoso!”. En el terreno de las perversidades rifa muy particularmente la formula que la gente que se considera cortés emplea para iniciar una plática y que funciona de la siguiente manera: “¿y tus hijos?”, se pregunta. “pues ahí creciendo” se responde. “¿Qué edad tienen ya?” se vuelve a preguntar. “tal y tal” contesta uno. “ahhhh chiquiiiiiiitooooos”, se comenta y en ese preciso momento la charla entra en una especie de hoyo negro del cual no saldrá hasta que el padre decida que ya estuvo bueno de contestar idioteces.
Sin embargo la perversión mas profunda que entraña la vida infantil la encontramos en el terreno lúdico concretamente el de las fiestas infantiles. Recuerdo que antes el asunto no entrañaba mucha ciencia. Al niño que cumplía años se le regalaban juguetes se partía una piñata, se comía pastel y todo mundo a la chingada. Ahora las cosas han cambiado de una manera que yo calificaría como atroz. En primer lugar, esta la frecuencia. Dado que existen veinticinco niños en un salón y todos festejan su onomástico, un cálculo elemental indica que la mitad del año o el tiempo equivalente para preparar unas olimpiadas de la era moderna, uno se la pasa en fiestas de gorrito.
Existen dos opciones para realizar una fiesta. La primera consiste en rentar un salón (cuyo nombre puede ser escalofriante) y meterse ahí con todos los niños. En general la dinámica es la siguiente: durante las dos primeras horas se establece una clara distribución territorial relacionada con los roles; los señores se ponen a chupar cerveza, las señoras se sientan a hablar de los niños y estos últimos se dedican alegremente a darse en la madre bajando por unas resbaladillas diseñadas para el entrenamiento militar en west point. Luego viene un espectáculo que puede ser variado. Yo he presenciado a un mago que hacia chistes relacionados con la bolsa de valores, lo que determinara que los niños lo vieran como se mira a un extraterrestre. Su paciencia era infinita, ya que en tres ocasiones un niño le jalo el saco y otro entro en un trance sicótico en el momento en el que saco una paloma del sombrero de cucurucho. También hay títeres que relatan historias (hace unos años tuve el extraño privilegio de presenciar el cuento de blanca nieves y los siete muppets) y se dan madrazos. Otra opción es la de las marionetas, cuyos ejecutantes utilizan para que los papas pasen al frente con el fin de hacer el ridículo para divertimento del respetable.
Luego del show viene la comida, cuyas virtudes son más bien limitadas: sándwiches de jamón con queso del tamaño de una tarjeta de presentación y marinas de mole que provocan septicemia. El siguiente paso es cantar “las mañanitas” y gritar “mor-di-da” hasta que el pobre festejado se embarre las chatas con merengue. El gran final llega con la piñata, misma que ha sido diseñada en el instituto de resistencia de materiales de la UNAM y que tiene la virtud de no romperse por ningún motivo. Al caer los dulces hay una rebatinga en la que invariablemente patean a los niños que se dejan patear, mientras que uno que otro papa despoja a los infantes de sus paleas para dárselas a su propio retoño. Los dulces – y esta es una aclaración fundamental- fueron elegidos por alguien que considera imprescindible que los niños pierdan un diente, ya que tienen la dureza del grafito.
La segunda opción de fiesta es igual, nomas que en la casa. Al terminar el evento, los padres se quedan con una enorme sensación de fatiga moral que acrecienta al ver sobre el revistero a una abejita que dice “Paco te invita a su fiesta” y se dan cuenta que la cita es para el sábado siguiente. En realidad el asunto no es para alarmarse si consideramos que en diez años los niños se sentirán avergonzados de ir a las fiestas con sus padres. Estoy esperando ese momento como se esperan las lluvias en el desierto de Gobi.
Sin embargo la perversión mas profunda que entraña la vida infantil la encontramos en el terreno lúdico concretamente el de las fiestas infantiles. Recuerdo que antes el asunto no entrañaba mucha ciencia. Al niño que cumplía años se le regalaban juguetes se partía una piñata, se comía pastel y todo mundo a la chingada. Ahora las cosas han cambiado de una manera que yo calificaría como atroz. En primer lugar, esta la frecuencia. Dado que existen veinticinco niños en un salón y todos festejan su onomástico, un cálculo elemental indica que la mitad del año o el tiempo equivalente para preparar unas olimpiadas de la era moderna, uno se la pasa en fiestas de gorrito.
Existen dos opciones para realizar una fiesta. La primera consiste en rentar un salón (cuyo nombre puede ser escalofriante) y meterse ahí con todos los niños. En general la dinámica es la siguiente: durante las dos primeras horas se establece una clara distribución territorial relacionada con los roles; los señores se ponen a chupar cerveza, las señoras se sientan a hablar de los niños y estos últimos se dedican alegremente a darse en la madre bajando por unas resbaladillas diseñadas para el entrenamiento militar en west point. Luego viene un espectáculo que puede ser variado. Yo he presenciado a un mago que hacia chistes relacionados con la bolsa de valores, lo que determinara que los niños lo vieran como se mira a un extraterrestre. Su paciencia era infinita, ya que en tres ocasiones un niño le jalo el saco y otro entro en un trance sicótico en el momento en el que saco una paloma del sombrero de cucurucho. También hay títeres que relatan historias (hace unos años tuve el extraño privilegio de presenciar el cuento de blanca nieves y los siete muppets) y se dan madrazos. Otra opción es la de las marionetas, cuyos ejecutantes utilizan para que los papas pasen al frente con el fin de hacer el ridículo para divertimento del respetable.
Luego del show viene la comida, cuyas virtudes son más bien limitadas: sándwiches de jamón con queso del tamaño de una tarjeta de presentación y marinas de mole que provocan septicemia. El siguiente paso es cantar “las mañanitas” y gritar “mor-di-da” hasta que el pobre festejado se embarre las chatas con merengue. El gran final llega con la piñata, misma que ha sido diseñada en el instituto de resistencia de materiales de la UNAM y que tiene la virtud de no romperse por ningún motivo. Al caer los dulces hay una rebatinga en la que invariablemente patean a los niños que se dejan patear, mientras que uno que otro papa despoja a los infantes de sus paleas para dárselas a su propio retoño. Los dulces – y esta es una aclaración fundamental- fueron elegidos por alguien que considera imprescindible que los niños pierdan un diente, ya que tienen la dureza del grafito.
La segunda opción de fiesta es igual, nomas que en la casa. Al terminar el evento, los padres se quedan con una enorme sensación de fatiga moral que acrecienta al ver sobre el revistero a una abejita que dice “Paco te invita a su fiesta” y se dan cuenta que la cita es para el sábado siguiente. En realidad el asunto no es para alarmarse si consideramos que en diez años los niños se sentirán avergonzados de ir a las fiestas con sus padres. Estoy esperando ese momento como se esperan las lluvias en el desierto de Gobi.
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